Por Alberto González Lapuente. ABC.

Además de los grandes eventos, orquestas de referencia y teatros internacionales, la música fluye por lugares menos célebres donde se hace evidente la misión política y social del arte. Basta mirar a la Mariña lucense, comarca de 80.000 habitantes vinculada al camino de Santiago, donde se celebra el Festival Bal y Gay, que este año ha alcanzado su octava edición manteniendo una doble programación, primero en mayo y luego en agosto bajo el título ‘Música á beira do mar’.

Es razonable que Enrique Rodríguez Baixeras, melómano empedernido y fundador del evento, quisiera «democratizar la cultura» a través de la música, y que el esfuerzo bien dirigido haya convertido a Bal y Gay en un evento consistente. Bajo la actual dirección de su hija Alba, se siguen conquistando intérpretes, obras y espacios, y se reúne en ellos a un destacado número de fieles aficionados cuyo entusiasmo demuestra el orgullo de pertenencia.

Los tres últimos días del festival son una buena muestra del total. Primero, el concierto del guitarrista Pablo Sainz-Villegas en el patio central de la fábrica de Sargadelos, ahora elemento del Conjunto Histórico Artístico en el que se reúnen bienes patrimoniales procedentes de las instalaciones siderúrgicas, particularmente de la manufactura cerámica desarrollada por iniciativa de Antonio Raimundo Ibáñez en los primeros años del siglo XIX. A la época de esplendor siguieron otras de expectativa y experimentación que acaban de sintetizar en el diseño exclusivo que Sagardelos ha hecho para el festival. Se presentó antes del concierto y antes de que Sainz-Villegas hablara al público: pausado, sonriente, queriendo poetizar. Su territorio es evidentemente el de la interpretación, donde destaca por la pulcritud técnica y su muy personal sentido musical. En el programa hubo aquellas obras escritas originalmente para guitarra frente a un grupo de transcripciones de Granados y Albéniz cuya autoría se omitió: todavía frío ante Granados, su danza 10 sonó sofisticada y con problemas en la quinta; ante Albéniz la guitarra de Sáinz-Villegas sustituye el original pianístico con dignidad.

Tuvo pureza, acento y claridad la ‘Invocación y danza’ de Rodrigo, referencia inexcusable del repertorio pensado para el instrumento, sonó correctamente la elemental ‘Pastoral’ de Bal y Gay, y se alcanzó lo genial ante Tárrega. Pianísimos inquietantes en el extremo de una amplia gama dinámica, un sentido melódico refinado, una facilidad sorprendente y una emoción intensa desde el ‘Capricho árabe’ a los ‘Recuerdos de la Alhambra’, solo interrumpidos por el ruido de algunos coches circulando por el exterior impasibles ante la fragilidad acústica del espacio. Más de veintiocho millones y medio de visualizaciones del ‘Concierto de Aranjuez’ en YouTube convierten a Sáinz-Villegas en un ídolo de la guitarra actual. La ‘Gran jota de concierto’ escrita por Tárrega es un bis prototípico en su carrera, aquí complementando con una versión suficiente de la ‘Negra sombra’ de Juan Montes en arreglo propio.

También el Cuarteto Casal ofreció una sesión importante en la Basílica de San Martiño, en Foz, tesoro del arte románico. Mozart y su cuarteto 15 sirvió para encontrar la sonoridad adecuada en un entorno particular, visualmente potente desde el escenario perfectamente vestido por el festival. Con la presencia inicial de Abel Tomás como primer violín, antes de que le sustituyera Vera Martínez-Mehner, Mozart señaló un horizonte marcado por la precisión y lo preciso. Pero el cuidado ante la obra de Mozart quedó corto frente a la solidez del cuarteto 11 de Shostakovich, donde el Casals demostró una congruencia extraordinaria, posibilitando una interpretación elocuente, suelta, particularmente dramática e intensa. Entre ambas obras se estrenaron las ‘Variaciones sobre una plaza en silencio y azoteas alegres’ del pianista y compositor Daahola Salim, el primer encargo hecho por el Bal y Gay con colaboración de la Schubertíada de Vilabertrán. Resaltó la naturaleza sencilla, el sentido atmosférico (tan bien explicado por el Casals) y el desarrollo a la manera de variaciones sobre temas de significativa cadencia. Sirvió de propina al contrapunto 1 de ‘El arte de la fuga’ y un fulminante último movimiento del D 87 de Schubert.

Y aún, en el justo final, el concierto de la sección de cuerda de la Orquesta Sinfónica de Galicia dirigida por su todavía titular Dima Slobodeniouk en la Catedral de Mondoñedo, capital de la Mariña. Las relaciones eran menos evidentes en un programa que de Bach llevó a Adams pasando por Turina con versiones también muy distintas. Sonó la suite orquesta BWV 1067, con los instrumentistas en pie y rodeando al flautista Juan Ibáñez, demasiado confuso todo ante la enmarañada acústica. Se logró una posición muy distinta con ‘La oración de torero’, obviamente más próxima al estilo sinfónico de una orquesta tradicional, lo que permitió construir una versión con soltura y una expresividad más ambiciosa y atractiva.

En el final, la modular y ondulante ‘Shaker Loops’ de John Adams hizo evidente la precisión de los instrumentistas y su director ante un «temblor» difícil de concertar. No es música inmediata pese a su apariencia, como tampoco los han sido otras que se han incorporado al festival Bal y Gay este año. La anchura de miras ante el repertorio demuestra que la siembra es posible y que aquello que en su día nació con un sentido puramente festivo empieza a consolidarse como un proyecto cultural capaz de representar a uno de los lugares menos conocidos pero más notables de Galicia.